PATRICK WOODROFFE (CHEZ NOUS FROM "TINKER")

V. ALDARA.


Hoy os contaré, dijo el anciano a los niños que se habían sentado en torno a él, una bonita historia.

Otra de la veces que había Luna llena, vino a mi habitación el hombre de Cristal acompañado de una chica, como jamás he vuelto a ver otra igual en toda mi vida.
 

La chica se llamaba Aldara. El hombre de Cristal me la presentó y después de cantarnos una bonita canción con su voz de música, desapareció de mi vista dejándome sólo con ella.

Como era invierno y hacia frío, Aldara se introdujo entre las sábanas de mi cama, puso su mano en mi mejilla y con voz de sonrisa comenzó a narrarme esta historia.

Hace mucho, muchísimo tiempo, en un país llamado seriedad, los hombres no sabían sonreír. Toda su vida la pasaban trabajando, comiendo y durmiendo. Todo lo que hacían era con seriedad, sus ojos eran tristes, su mirada era dura y penetrante.

Los niños de este país también tenían esos ojos y su mirar era igual al de las personas mayores.

La tristeza y el trabajo parecían ser el único fin que perseguían todos sus actos. Los rostros eran lisos como el mármol, por no tener ni una sola arruga sus rostros no tenían expresión alguna. Pensarás que todos los habitantes del país de la seriedad serian guapos. Te equivocas si piensas eso, precisamente por no tener la piel de sus caras ni una sola arruga, eran feas, porque las arrugas de sonreír hacen que las caras sean bonitas.

Todos sin excepción, los señores, las señoras y los niños, tenían como una máscara en lugar de cara y para hablar tan sólo movían los labios.

En el país de la seriedad todo era muy serio y todo se hacia seriamente, nunca se veía sonreír a nadie y mucho menos se oía reír, ni siquiera a los niños que incluso cuando jugaban, jugaban también con seriedad.

Aquél país, era muy serio. La ausencia de sonrisas hacían de él un país triste y aburrido, sin embargo las personas vivían muy bien. 

Tenían fábricas, talleres y oficinas donde los señores y las señoras pasaban la mayor parte de su tiempo. También había periódicos y revistas con muchas noticias, todas ellas serias. También había televisión pero como todo lo hacían con seriedad, nadie sonreía. Por la radio se escuchaban voces serias hablando de cosas serias. En las escuelas no se oyó nunca a los niños reir, los profesores explicaban las lecciones con seriedad y los niños con seriedad las aprendían.

Todo era serio en aquél país, hasta la música era seria. En los conciertos nadie hablaba, ni siquiera al compañero de la butaca de al lado se le comentaba: me gusta esta melodía, que bonita es esta canción. Se escuchaba la música seriamente, al final se aplaudía y cada cual después se iba a su casa.

Era un mundo de seriedad y de orden. Sí, de un orden serio como el de una máquina en el que cada rueda, cada engranaje, tiene su función y su movimiento preciso.

Todas las personas de este país tenían ademanes y rostros tan serios que se parecían mucho a las caras que tienen los guardias y los policías.

En el país de la seriedad siempre hacía sol, no había nunca un día nublado, jamás había llovido. Cuando veían hacia lo alto, tenían que cerrar al instante los ojos o desviar la vista hacia otro lado, por los rayos de la luz del Sol.

Debido al Sol se iba mucho a la playa, pero en la playa se tumbaban seriamente sobre la arena y seriamente se bañaban. Los novios se veían a los ojos con rostros serios y se decían serias palabras de amor.

En todo el territorio, tan sólo los perros eran los únicos que movían el rabo en señal de estar contentos y alegres, esa era su forma de sonreír. Pero como las personas adultas habían crecido en la seriedad y vivido en la seriedad, no se daban cuenta y no les hacían caso.

Un día, un niño mientras comía con mucha seriedad unas galletas en la alameda observo a un perro que levantaba la cola y la movía de un lado para otro. Le dió una galleta al perro, éste la comió de un bocado, levantó todavía más la cola que antes y la movió con mayor energía. El niño volvió a darle otra galleta y volvió a repetirse la misma operación. Cuando se acabaron las galletas, el perro de contento que estaba siguió moviendo la cola. El niño imitándolo, levantó un dedo de la mano y empezó a moverlo de un lado a otro como hacia el perro con su rabo.

Yo, que llevaba algunos días viajando por aquél serio país, tuve lástima de este niño de corazón generoso, que compartía su merienda con un perro. Así que me dije -Yo ALDARA, cuyo nombre es de color blanco y que nadie puede pronunciarlo, sin sonreír, sembraré la sonrisa en todo el territorio dejando la seriedad tan sólo para los tontos.

Permanecía yo con la mejilla apoyada en la mano de Aldara, los ojos muy abiertos y los oídos atentos a todo lo que me decía. Al oír que su nombre era de color blanco, la interrumpí, ¿Tú nombre es de color blanco?. Sí, mi nombre es de color blanco, me dijo ella. No puede ser, los nombres no tienen color -respondí yo-.

El mío es de color blanco. Voy a explicártelo. La letra A representa al color blanco, las cosas cuyos nombres tienen letras A son de color blanco o muy claras. Por ejemplo sábana, alba, nevada, luna, blanco, clara. Todas ellas son de color blanco, como de color blanco es Almohada. Me quedé un poco pensando y dije: Huevo es blanco y no tiene A.

Aldara me dio un beso en la nariz, diciéndome después, eres un niño muy listo, tienes razón, el huevo es blanco y no tiene A. Sin embargo el huevo tiene una cobertura que le llaman Cáscara que tiene tres As y la cáscara del huevo es de color blanco.

No salía de mi asombro, todas las cosas de color blanco que se me ocurrían tenían siempre alguna A.

Ahora, dijo Aldara, pronuncia mi nombre despacio y verás como sonríes. Así lo hice y a medida que lo pronunciaba era como si estuviese sonriendo.

¿Ves como sonríes aún sin querer?. Pero volvamos a la historia que ya está llegando a su fin.

Lo primero que hice para sembrar la sonrisa en el país de la seriedad, fue pedir a mis amigas las nubes que se extendieran por el cielo impidiendo que los rayos del Sol penetrasen a través de ellas. 

Después pedí a mi amigo el trueno que hiciese un poco de ruido para que los habitantes del país de la seriedad viesen hacia arriba. En ese momento, cuando todos los serios habitantes del país de la seriedad estaban con sus caras levantadas, comenzó a llover, las gotas caían en los rostros de los señores y en el de los niños, haciéndoles cosquillas. Una gota caía cerca de un ojo, que cerraban y dejaban el otro abierto, otra gota caía en la mejilla, otra en la nariz, otra cerca de los labios, otra en una oreja, otra en la frente. Y como las gotas les hacían cosquillas, poco a poco las caras serias, inexpresivas sin arrugas como el mármol, fueron cobrando lentamente vida.

Los habitantes del país de la seriedad, acababan de aprender a sonreír. Sus rostros lisos fueron adquiriendo, a medida que iban sonriendo, algunas hermosas arrugas, que convirtieron sus rostros feos, en bellos, teniendo desde entonces todos caras bonitas. Excepto los tontos, que por seguir queriendo hacer todo con seriedad, se les quedó cara de tontos.

Aldara salió de entre las sábanas, me dio otro beso en la nariz y me dijo, ahora tengo que irme, Pedro Chosco está esperando desde. hace un buen rato para hacerte dormir, y se va a enfadar conmigo.

Aldara desapareció como por arte de magia y yo me quedé dormido casi al instante.

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