PATRICK WOODROFFE (CHEZ NOUS FROM "TINKER")

VI. LA CABRA, EL CHIVO Y LOS SIETE CABRITILLOS.



Vosotros sabéis que hay muchos cuentos, pero lo que no sabéis es que los cuentos no han sucedido siempre como los cuentan. Os voy a narrar la verdadera historia de la cabra, el chivo y los siete cabritos y creo que es la verdadera historia, porque la leí hace muchos, muchísimos años, en un libro escrito con letras de plata. Si el libro estuviese escrito con letras de oro dudaría de la historia, porque el oro es el metal de la avaricia, pero estaba escrito en letras de plata y al ser la plata el metal de la poesía, no dudo ni por un momento que esta fuese la verdadera historia.

El cuento comenzaba así.


Vivía en una pequeña y bonita casa pintada de blanco, doña cabra y su compañero don chivo con sus siete cabritos hijos suyos. La mamá cabra tenía una leche blanca, cremosa y riquísima, famosa en toda la región.


A veces, venían animales recorriendo grandes distancias para pedirle a doña cabra un poco de queso y un vaso de leche, leche que doña cabra les daba muy gustosa porque a ella le sobraba y sabía que mañana tendría más. Los animales a su vez, le traían regalos muy superiores en valor, porque doña cabra era amable y muy buena con todos ellos.


Entre todos los animales, había dos que venían todas las semanas a beber un vaso de leche y comer un poco de su estupendo queso. Uno era don lobo, el otro, era don perro, un enorme mastín que vivía con un anciano médico de animales.


Desde hacia años, don lobo y don perro venían el mismo día a casa de doña cabra, comían el queso, bebían el vaso de la rica leche y se iban después todos juntos, con el papá chivo, la mamá cabra y los siete cabritillos a jugar a un prado cercano.


Los cabritillos se subían a lomos de don perro, don lobo y de don chivo como si fuesen caballos y hacían carreras. También se revolcaban en la verde hierba y daban vueltas y más vueltas hasta casi marearse. Cuando se cansaban de jugar y el sol comenzaba a perder fuerza, don chivo, la cabra y los siete cabritos se iban a su pequeña y linda casa pintada de blanco, don perro se iba a hacer compañía al anciano veterinario y don lobo se dirigía a su casa del bosque pintada de color marrón. Así transcurrían las semanas y la vida para todos ellos siempre era alegre y sin preocupaciones.


Un día estaba la mamá cabra atareada haciendo su queso tan blanco como una nube, cuando recibió la visita de una liebre mensajera. A todo correr, la liebre había venido a comunicarle que un primo suyo se cayera al corretear entre unas rocas rompiéndose una pata.


La mamá cabra y el papá chivo se dispusieron a visitar al enfermo, cuya casa estaba a una hora de camino de la suya.


Ante la imposibilidad de llevar a los cabritillos, decidieron dejarlos en casa, encargando a los dos cabritillos mayores que cuidasen de sus hermanos hasta que ellos volviesen.


Les dejaron las siete meriendas preparadas, una para cada cabritillo y se fueron a visitar al enfermo.


Los cabritillos jugaban alrededor de la casa, cuando pasaron por allí los dueños de una granja vecina.


Viendo los granjeros solos a los cabritillos, les preguntaron por sus padres. El mayor de los cabritillos les respondió que habían ido a visitar a un primo que estaba enfermo, y que mientras no llegaban sus padres estaban jugando a dar saltitos y a embestir a las hojas de árboles que traía el viento.


Al oir esta respuesta, los granjeros hicieron un gesto pasando por su mente la misma idea, cogieron una cuerda y comenzaron a atarlos. El más pequeño de los cabritillos al ver aquello, dio un salto, se metió por debajo de las piernas de los granjeros y corrió hacia la casa ocultándose en la caja del reloj de pared.


Uno de los granjeros al ver que se escapaba dijo: No importa que se escape, todavía es muy pequeño, además con estos ya tenemos bastantes cabritos. Y diciendo esto, se fueron a su granja llevándolos atados.


Pasaba el tiempo y el pequeño cabritillo asustado y con grandísimo miedo, no se atrevía a salir de su escondite. Por fin llegaron sus padres.


Llamó la mamá cabra por sus hijos, pero nadie respondía, el papá chivo fue al prado creyendo que estarían jugando y retozando en la hierba.


Al volver se encontró a la mamá cabra balando de pena y abrazada a su pequeño cabritillo. ¿Qué pasó? ¿por qué balais de ese modo tan triste?, preguntó don chivo que no sospechaba nada de lo sucedido.


Sucede, dijo doña cabra, que los granjeros se han llevado a nuestros hermosos cabritillos. Al oír esto don chivo, resopló enfadado con tal fuerza que la puerta de la casa se cerró sola de golpe.


Ahora mismo iré a la granja y los libertaré, dijo el chivo enfurecido, cuyos cuernos eran inmensos y fuertes.


Yo iré contigo, dijo la mamá cabra, yo también tengo fuertes cuernos.


Y yo iré con vosotros, añadió el pequeño cabrito, que al estar con sus padres se le había marchado el miedo como por arte de magia.


Se dirigían los tres hacia la granja cuando en el camino se encontraron con don lobo y don perro que iban a comer un poco de queso y beber un vaso de leche a la casa de doña cabra.


¿Qué os sucede, que os veo tan tristes y donde están los otros cabritillos que faltan? preguntó don lobo.


Los granjeros han cogido a mis alegres cabritos, respondió doña cabra. Añadiendo don chivo, vamos a buscarlos y traerlos de nuevo con nosotros.


Al oir esto el enorme mastín, lanzó enfadado un tremendo ladrido que se movieron hasta las hojas de los árboles más altos, mientras don lobo enseñó sus grandes dientes diciendo: esos granjeros han de probar hoy mismo los dientes de don lobo y don perro.


Poco tiempo después se encontraban ante la granja. El papá chivo a través de la ventana vio a los granjeros, y en una esquina de la habitación a los seis cabritillos atados que balaban de miedo acurrucándose unos contra otros. !Ahí están! dijo nervioso, voy a coger carrera y de un salto entraré por la ventana. No, dijo don lobo, mejor es que doña cabra llame a la puerta y cuando la abran, entramos todos y les damos su merecido.


La mamá cabra llamó, los granjeros confiados, abrieron la, puerta, de repente se vieron tirados en el suelo de una enorme embestida que les dio don chivo. Seguidamente entraron corriendo don lobo, don perro, la mamá cabra y el pequeño cabritillo. Don lobo mordía con sus fuertes dientes a los granjeros, don perro hacia lo mismo, mientras la mamá cabra y el papá chivo les corneaban con tanta fuerza que casi los levantaban hasta el techo. El pequeño cabritillo mientras tanto, desató a sus hermanos, y todos a la vez, aunque todavía no les nacieran los cuernos, se lanzaron con sus pequeñas cabezas contra los granjeros, que tan pronto como pudieron, salieron huyendo de la granja perseguidos por don lobo y don perro.


Tal escarmiento habían recibido los granjeros que todavía hoy, después de haber pasado tantos años no han vuelto aún a la granja.

 
Pasado el susto los pequeños cabritillos se fueron muy contentos y alegres con sus padres a su casa pintada de blanco, don perro se fue a su casa pintada de rojo a hacer compañía al veterinario y don lobo se fue a su casa del bosque pintada de color marrón.

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