PATRICK WOODROFFE (CHEZ NOUS FROM "TINKER")

VII. LOS NIÑOS MALOS.


Lo que voy a contarte sucedió no hace mucho tiempo en un pueblo del País de las Batuecas. Este pueblo cuyo nombre no importa demasiado, era un poco más pequeño que el pueblo en el que vives, casi podría decir que era prácticamente igual. La playa se encontraba cerca del pueblo, de tal manera que en cualquier estación del año incluso en invierno se podía jugar en ella. 

Pero no es el pueblo lo que nos interesa, sino un hecho que les sucedió a los niños que en él habitaban y que desde ese momento cambió el rumbo de sus vidas durante largo tiempo. Todavía hoy, después de haber pasado más de cuarenta años se habla de aquél momento que fue, de preocupación y derrota para unos y de felicidad y gloria para otros.  

La historia comienza así: Entre los numerosos niños del pueblo, había uno llamado Javier al que casi todos los padres y casi todas las tías ponían a sus hijos y sobrinos como ejemplo de niño malo. Unos decían "ya te pareces a Javier", otros "estás más sucio que Javier" "eres más malo que Javier" y hasta hubo quien dijo "no quiero que juegues con Javier, !entendido!".

Los niños poco a poco, por influencia de los familiares, comenzaron a no querer a Javier "el niño malo" como se le llamaba. Sin embargo no le odiaban porque los niños no saben lo que es el odio, este sentimiento tan sólo lo tienen los adultos que pueden estar guardando rencor y permanecer enfadados durante años e incluso toda la vida con un vecino.

A pesar de todo, los niños se sentían atraídos por este niño malo que no le hacia daño a nadie, ni siquiera a los pájaros, pues cuando los cazaba no era para hacerlos sufrir o para encerrarlos en jaulas, sino que los observaba, veía como tenían las patas, la forma de los ojos, como eran sus alas, como eran las diferentes clases y formas de sus plumas, inmediatamente después, los soltaba.  

Javier sólo se había peleado dos veces, una vez fue con un niño que destrozó un nido de pájaros, Javier le vió y le puso un ojo morado; otra vez fue en la escuela, el profesor no lo dejaba ir al baño, Javier rompió el libro y tirándolo al suelo, dijo "adiós" y no volvió a entrar más en el colegio.  

Fue desde ese día, y por presión de los padres influenciados por los profesores, cuando los demás niños comenzaron a alejarse de él. Pero cuando querían hacer una escalera de cuerda, era Javier el mejor técnico y el que construía los objetos más raros, era siempre él. 

Un día llegó a hacer fuego sin cerillas, eso le granjeó la admiración secreta e incondicional de todos los demás niños. 

Javier vivía en una pequeña y bonita casa del pueblo con su abuela. Los padres de Javier habían fallecido en un fatal accidente de avión, por ese motivo se vino a vivir con ella. Su abuela, todavía joven, había sido profesora y según se decía, había conocido a pedagogos y científicos de renombre, incluso había escrito varios libros. Cuando se la veía por la calle, iba acompañada de Javier y con un libro bajo el brazo. El, en esos momentos tenía un porte majestuoso, la voz se le hacía más grave, hablaba más despacio y hasta cambiaba el andar, pues iba con su abuela y el era su nieto, su único nieto, y se decía a si mismo, soy el hombre de la casa. La abuela notaba este cambio, sin embargo no le decía nada, porque ella pensaba para sí misma, "qué diablos lo mismo me ocurre a mí, estoy tan orgullosa de este pequeño". Paseando tranquilamente se acercaban hasta algún campillo, observaban las hierbas y flores mientras la abuela le explicaba sus características, sus propiedades y como se preparaban para las infusiones. El jugo amarillento de la celedonia, untado es bueno para las verrugas y eczemas de la piel, le decía,, los baños de ruda hervida en agua, es buena para la circulación y el reuma, el romero en infusión ayuda a curar los catarros y el agua de su cocción frotándola en el pelo, evita su caída. Todo esto, iba memorizando y aprendiendo Javier de su abuela. 

Una tarde, en el verano, estaban los niños en la playa, tenían un furioso partido de fútbol, otros se bañaban, Javier también estaba en la playa y se distraía construyendo un castillo de arena.

Algunos niños se le fueron acercando y decidieron construir otro castillo cerca del suyo, uno de los niños exclamó "ese es el castillo de los niños malos, este es el castillo de los niños buenos" y comenzaron su construcción, mientras se reían del castillo de los niños malos.


Javier entonces les dijo: no olvidaros de hacer cárceles frías y mazmorras oscuras, construid cárceles grandes, porque hay muchos niños malos como yo.


Uno de los niños le respondió: tu serás el primer prisionero, y todos a coro exclamaron: ¡sí, tú serás el primer prisionero! !si, tu serás el primero! ¡tú serás el primero!.


Javier encolerizado, se puso en pié y desde dentro de su castillo, los puños cerrados con arena entre los dedos y la voz entrecortada por la ira, les dijo:


Os equivocáis, sois vosotros y no yo, los prisioneros, los que estáis en cárceles, los que estáis en mazmorras oscuras, a los que imponen castigos, a quienes riñen es a vosotros y no a mÍ. Javier siguió hablando con voz entrecortada, mientras las mejillas se le iban poniendo cada vez más coloradas. Me llamáis niño malo porque tengo las piernas y las rodillas sucias, pues enteraos, son de jugar, de andar de rodillas por la tierra y tengo los pantalones sucios de subir a los árboles y de sentarme en las piedras. Me llamáis malo porque le tiré el libro al profesor, lo volvería a hacer y lo haría otra vez hasta mil veces seguidas. ¿Quién es el profesor, para no dejarme ir al baño? Con que derecho se atreve a pegar, a llamaros burros y asnos.


No quiero estar sentado todo el día en un banco gastando los pantalones. Prefiero leer, dibujar las hojas de los árboles, observar a los animales, los pájaros y las plantas.


Si a vosotros os gusta andar con la ropa nueva y limpia, andad, pero no me envidiéis por que pueda sentarme y jugar con la tierra.


Javier ya más calmado, acabó diciendo en voz más baja- y ahora dejadme en paz, que prefiero ser cien veces niño malo que niño tonto como vosotros.


Al acabar de hablar, un gran silencio se hizo entre todos los niños, nadie sabía que decir, nadie era capaz de hablar, hasta que Carlitos dijo, yo quiero ser niño malo; y yo, respondió Ricardo; y yo dijo Juan; y yo; y yo; y yo; respondieron todos. Y se pasaron al castillo de Javier y como el castillo era pequeño construyeron uno mayor para que todos pudiesen estar en él. Poco tiempo después un hermoso castillo con foso, doble muralla, puente levadizo y torres barbacanas en las puertas se elevaba en la playa. El castillo era inexpugnable, además estaba defendido por valientes guerreros. Cuando la marea iba subiendo e intentaba derribar los muros de arena del castillo, los niños le arrojaban conchas diciendo: !cuidado, nos atacan los profesores! !preparémonos para luchar! y arrojando bolas de arena húmeda decían, !fuego!, ahí va gramática 1, ahí va ciencias 1, ahí va ciencias 2, ahí va conocimiento 1, y ahora un cañonazo de deberes IBOON!.


Acabada la defensa del castillo, uno de los niños propuso hacer una canción, la canción de los niños malos, todos empezaron a buscar letra y música para una canción. No tardando demasiado tiempo en inventarse una canción que comenzaron a entonar por toda la playa atrayendo a los niños buenos y tontos a que se hicieran malos y espabilados.

Somos los niños malos
somos los niños malos,

somos los niños malos

porque sí, porque sí.

Si tú eres bueno
si tú eres bueno,

la escuela toda entera

para tí.
 
Somos los niños malos
nos gusta hablar y jugar.

También nos gusta aprender

pero también nos gusta reir.


Los que estaban jugando al fútbol dejaron de hacerlo para unirse al grupo como atraídos por una llamada especial, y se iban con ellos cantando por la playa y cuando veían a un niño que no conocían, le preguntaban si quería ser niño malo, al principio decían que no, pero cuando le explicaban lo que era ser niño malo se unía inmediatamente al grupo.

En poco tiempo todos los niños del pueblo, se habían hecho niños malos, en todas las calles y a todas horas se oía la canción que entonaban con alegría.


Los familiares y los profesores se reunieron para hablar de este grave acontecimiento, muchas horas hablaron y hablaron sobre el tema, y cuanto más hablaban menos se entendieron.


Hasta aquí, amigo mío, es lo único que sé de lo ocurrido en ese pueblo del país de las Batuecas hace cerca de cincuenta años. Pero lo que si puedo asegurarte, es que todavía hay pueblos donde tiene que resolverse la batalla definitiva entre los niños buenos y los "niños malos".


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