PATRICK WOODROFFE (CHEZ NOUS FROM "TINKER")

XII. LA HORMIGA Y LA CIGARRA.



Antes de comenzar esta historia de la hormiga Pepa y de la cigarra Juana, quiero decir, que hay otra historia que se cuenta de una hormiga y una cigarra. Esa historia nunca me gustó y siempre me pareció llena de falsedades y mentiras.

Muchos escritores cuentan en sus historias, sólo aquello que a ellos les parece bien y no respetan para nada la realidad de los hechos. Yo contaré esta historia tal y como a mí me la contó un buen amigo mío, que era un pájaro jilguero, que todos los días del verano venía a visitarme yo le ofrecía migajas de galletas, y él con su canto me contaba lo que había visto en sus viajes de un lugar a otro.


Que cada niño después de conocer mi historia y la otra, elija la que más sea de su gusto, pero que elija bien, si es necesario antes de decirse, que la lea cien veces, porque dependiendo cual elija, así será el camino por el que se decida para caminar poco a poco por él hasta llegar a ser mayor.


Un día de verano muy caluroso, porque el sol calentaba con sus rayos como si se hubiese enfadado con la tierra, estaban las hormigas muy afanadas en trasladar provisiones a su hormiguero, con el fin de almacenarlas para cuando las lluvias y los fríos del invierno llegasen.


Las hormigas a pesar de su pequeño tamaño, son unos animales muy fuertes, cada hormiga es capaz de arrastrar objetos que pueden llegar a pesar hasta diez veces su propio peso.


Las hormigas poco a poco trasladaban sus provisiones, migas de pan, trozos de hojas, hierbas, paja seca, caramelos, chocolate y queso que habían caído de los bocadillos de los niños, y otras muchas casas. Lo que no trasladaban eran helados, porque al carecer de frigoríficos y congeladores, se le estropearían, además en invierno hace mucho frío y a ninguna hormiga le apetecían helados. Si se encontraban con restos de helados se los comían allí mismo y de paso se refrescaban un poco.


A veces una hormiga se encontraba con un pétalo de flor demasiado grande y demasiado pesado para ella sola. Cuando esto sucedía, la hormiga llamaba a alguna de sus compañeras: ¡compañeras! ¡compañeras! ¡he encontrado un jugosísimo y oloroso pétalo de rosa! ¡ayudadme a trasportarlo!. A su llamada acudían varias hormigas, y entre todas poco a poco el pétalo era llevado hasta los almacenes.


En este día caluroso del verano todas las hormigas se encontraban recolectando comida, la actividad era muy grande, porque la casualidad había puesto su mano en los alrededores del hormiguero, dejando muy cerca de él muchas cosas que a los niños les caían de sus meriendas, un niño llegó a dejar un bocadillo casi entero, de queso con jamón.


El sol era especialmente intenso ese verano, aunque a las hormigas le gustaba el calor, los días eran excesivamente calurosos incluso para ellas, que bajo los rayos del sol las sofocaba en su constante trabajo. Cerca del hormiguero se había instalado una alegre, y todo hay que decirlo, algo frívola cigarra que se pasaba la mayor parte del día tocando varios instrumentos a los que acompañaba con una suave y bonita voz.


Las hormigas trasladaban hasta el hormiguero con grandes esfuerzos sus pesadas cargas sujetas fuertemente con sus mandíbulas y apoyadas a veces en sus cuerpos, pero estos esfuerzos les eran aliviados en parte, por la música y las canciones de la alegre cigarra.


De vez en vez pasaba de cantar y sin dejar de oír el instrumento que estuviese tocando, hablaba con las hormigas que pasaban a su lado. A una le decía algo agradable, a otra la animaba, todo el hormiguero la apreciaba y quería porque les hacía más llevaderas las penurias del día.


Contrastaba ver a unas esforzadas hormigas, disciplinadas en su cometido de almacenar vituallas para pasar el invierno, y la cigarra alegre, despreocupada, cantando y tocando todo el día. Eran dos polos opuestos que sin embargo se complementaban perfectamente. Se demostró un día, que la cigarra estuvo indispuesta y no pudo alegrar la actividad a las hacendosas hormigas. Ese día recolectaron muchas menos vituallas, su traslado se les hizo más lento y pesado. Todo el hormiguero tuvo esa noche el mismo tema de conversación, lo alegre que era la cigarra y lo mucho que echaban en falta sus canciones.


Afortunadamente la dolencia de la cigarra fue cosa pasajera y al día siguiente, su voz y el sonido de sus instrumentos favoritos volvieron a oírse de nuevo. Las hormigas se movían con ritmo musical contoneando sus cinturas como bailarinas árabes en las largas filas con tráfico para los carriles de ida y vuelta.


Dió comienzo el otoño que inusualmente permitió a su camarada y amigo el verano, permanecer en su territorio con su buen tiempo soleado y de agradable temperatura. Las hormigas de energía incansables, aprovecharon con su frenética y rutinaria actividad para llenar su almacenes hasta los topes, hubo que habilitar nuevas dependencias y construir otras incuso, para poder almacenar la enorme cantidad de comida recogida.


Durante todo este tiempo mientras las hormigas trabajaban incansablemente desde el amanecer al anochecer, la cigarra les cantaba y les amenizaba el trabajo.

De repente un día comenzaron a bajar las temperaturas, el cielo se cubrió de nubes, poco después comenzó a llover. La cigarra dejó de cantar, se despidió de las hormigas y penetró en su cigarrero, que bien podemos llamarlo así, ya que llamamos hormiguero al de sus amigas. Las hormigas se despidieron a su vez de la cigarra y se resguardaron de las inclemencias del tiempo, en sus dependencias bien abastecidas, todos felices y contentos.


Hizo frío y llovió durante muchos días. La vida en el hormiguero trascurría tranquila y sin sobresaltos, a decir verdad, transcurría demasiado tranquila, y tanta tranquilidad rozaba el aburrimiento. Nadia se atrevía a decirlo, pero todas las hormigas lo pensaban, que bien se estaba con el buen tiempo fuera del hormiguero trabajando y escuchando las canciones de la cigarra.


Un día una de las hormigas jóvenes que se aburría mucho, los jóvenes tienen tanta vitalidad que no pueden permanecer quietos durante demasiado tiempo, dijo en voz alta:


-¡Como echo de menos las alegres canciones de la cigarra. Nunca he pasado un tiempo de trabajo tan feliz como el verano pasado!.


Varias hormigas como ella asintieron con sus cabezas y estuvieron de acuerdo con ella a la par que suspiraron con hormigueante romanticismo.


Los comentarios fueron escuchados por las hormigas mayores, a las que les faltaba algo para estar plenamente contentas, dándose cuenta que ese algo eran las alegres canciones de la cigarra. La rutina de sus vidas estaba tan implantada en sus organismos que sus mentes se habían convertido en automáticas maquinarias de hacer siempre lo mismo, se habían hecho a lo largo de generaciones insensibles a los estímulos externos. Sin embargo, esta vez, ante las continuas canciones de la cigarra, toda la población del hormiguero sintió la sacudida de la innovación y de algo novedoso que deseaban incorporar a sus vidas.


Las hormigas, hormigadialogaron largamente, después hormideliberaron y hormigodecidieron, invitar a la cigarra a que pasase el otoño y el invierno en el hormiguero. La cigarra les cantaría canciones con las que alegraría sus vidas y ellos a su vez, la alimentarían con todas las ricas y buenas viandas de que disponían en los alamacenes.


Así se hizo, a partir de entonces muchas cigarras pasan los otoños y los inviernos en los hormigueros alegrando con su música y sus canciones a sus amigas, comprendiendo éstas, que en la vida el trabajo es necesario para alimentar el cuerpo, pero que la música y la alegría es igualmente necesaria para alimentar el alma, aunque esta sea una pequeña alma de hormiga.

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